Por: De. Ese (DS)
Ascendió la escalera, primero su pié derecho y luego el izquierdo, al pisar el suelo del transporte –colectivo- emanó una rara fuerza cósmica, esa que consiguió robarse todas las miradas del pasaje. Esas que la hicieron sentir como sapo de otro pozo. La miraban como diciendo, pobre piba.
Recuerdo que ese día hacía tanto frío que varios de los que intentaron conquistar un amor durante esa jornada no lo lograron, porque ni siquiera el fuego del corazón podría encenderse con tal helada.
Igualmente debía desempeñar las tareas que sus padres le encomendaban cotidianamente, aquella de llevar unos “mangos” a su hogar. Por esa cuestión vende sus estampitas a los pasajeros que- a veces solemos rechazarlas despreciativamente-.
Así, decidió tirar su mirada hacia el piso- ese que estaba plagado de tierra colorada por soportar los pisoteos de las personas-y proponiéndose testarudamente a no levantarla, al menos, por el tiempo que durase su estadía en aquel vehículo.
De esta forma, esquivó las miradas que la desgarraban en lo más profundo de su núcleo ¿se juzgaba tan inferior al resto como para no enfrentarse a los vistazos? Era la pregunta que arrojaba la voz de mi conciencia.
Recorrió paso a paso y uno a uno los asientos, donde a la pasada dejaba sus grabaditos impresos, esos que quedaban librados a la suerte de la caridad del que los tomaba.
Esta acción lentamente la llevó a acercarse hasta el sector en el que me encontraba, allí le dije,” no tenés que tener vergüenza, lo que hacés es digno y otras personas salen a robar para llevarse unos “mangos” a su casa, y vos no robás a nadie” .Ella respondió,” no tengo vergüenza, lo que tengo es frío, ¿entonces por qué no podés mirar a los ojos a las demás personas? Ahí nomás levantó su mirada y contestó,” no las miro para no sentir el peor de los males, la envidia, no quiero envidiar sus abrigos, y bajó su mirada otra vez. Inmediatamente, saqué un pullover de mi mochila maltrecha y se lo doné. Alzó su mirada nuevamente -a pesar de tener un moco que caía en picada desde su nariz hacia su labio superior, emulando una de las más complicadas maniobras de un piloto de avión.
Fue en ese momento que me regaló una sonrisa, gesto que me sintió reconfortante.
Me pregunto si volveré a verla en 30 años y si seguirá siendo tan honesta con sus sentimientos, como lo fue aquel día. Y más aún, si podrá ser feliz y abandonar ese trabajo que no debería hacerlo una niña de 7 años, y menos, sufriendo aquel frío cobarde que golpea sobre los frágiles huesitos de esa niñita.
PD: Para carlita, una de las tantas niñitas de Posadas Misiones que no disfruta de su niñez porque sus padres la mandan a trabajar vendiendo estampitas en las líneas de colectivos. ¿Qué injusticia no?
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