Se acuerdan de la leyenda urbana que decía que algunos enfermos de Sida dejaban jeringas infectadas en espacio de lugar donde caen las monedas.
Igual, ya casi nadie usa los teléfonos públicos
Una tarde, casualmente nos desviamos del camino que acostumbrábamos tomar para llegar a la casa de un compañero nuestro. Entramos en un barrio que a juzgar por su aspecto, era de clase media; con algunas calles de adoquín y otras de tierra; casas de material, unas más humildes que otras pero visiblemente dignas. Luego de caminar un par de cuadras, de repente nos topamos con una realidad que parecía fuera de contexto: en uno de los lados de la calle, se abría un pasillo de aproximadamente de
Dos días después, decidimos volver al lugar, ya con el grabador y la cámara de fotos, dispuestos a conseguir testimonios de la vida de esta gente. Al ir internándonos por el “pasillo”, nos íbamos dando cuenta del grado de hacinamiento y miseria: el piso del terreno era de tierra y a pesar de que eran días soleados y calurosos, el barro persistía como una dificultad más. Cerca de una veintena de niños chiquitos, correteaban por ahí, desnuditos, sucios, jugando entre las gallinas y los perros, expuestos a condiciones insalubres. Las casillas eran de madera, pequeñas, una pegada a la otra, con evidentes problemas de humedad, higiene, espacio, comodidad, y en donde el agua se filtraba con irreverencia en los días de lluvia. Además, el lugar contaba con solo dos baños para 14 familias, las cuales llegaban a tener un promedio de hasta 19 integrantes cada una.
Apenas llegamos nos trataron con mucha amabilidad. Pasamos, nos dieron algo de tomar –eran las 15:40 de la tarde y hacía mucho calor-, y al rato estábamos frente a “Doña María” (una señora de 60 años aproximadamente), que sentada en su taburete y tereré de por medio, nos iba respondiendo las preguntas que le hacíamos.
Los de carne y hueso
Allí estaba “Doña María”, una señora que soportó los embates de la miseria desde siempre. Su mirada lo decía todo, desde aquellos ojos que no habían visto más que dolor, sufrimiento, padecimiento, pobreza.
Al presentarnos, nos tendió amablemente la mano para saludarnos. En un primer momento, la invadió una mezcla de timidez y desconfianza, que luego, con el transcurrir de la charla, desapareció definitivamente. Le comentamos que éramos estudiantes de Comunicación Social, y le explicamos la razón de la visita. Luego de escucharnos atentamente, dejó fluir como un río incontenible, toda su desesperación e impotencia: “Yo hace 24 años y 10 meses que estoy acá, compartiendo el lugar con 14 familias más (…) hace 7 años nos dijeron que nos iban a cambiar a un lugar mejor, pero fueron solo dichos (…)”, nos contó con notable resignación. Cuando le preguntamos si acudieron a alguna autoridad para hacer conocer su situación, nos dijo que lo único que recibieron fueron respuestas que carecían de propuestas para una posible solución, dejándolos así más a la deriva: “(…) fuimos a Yacyretá, nos dijeron que allí no figurábamos, fuimos a I.PRO.D.HA. (Instituto Provincial de Desarrollo Habitacional) nos dijeron que tampoco figurábamos, fuimos a
La familia de “Doña María” es numerosa. Entre hijos y nietos llegan a 16 integrantes. Para colmo de males, ella tiene una hija discapacitada que cuenta con una asistencia prácticamente nula: “(…) hay días que mi hija discapacitada sufre ataques de nervios, yo no puedo dejarla sola, tengo que quedarme a cuidarla y no puedo salir a hacer mis changuitas (…)”. Además casi ninguno de sus hijos pudo terminar los estudios primarios porque era necesario salir a la calle a trabajar. Respecto a esto nos contó lo dificultoso que es para ellos conseguir trabajo: un hijo de ella había sido tomado como empleado en una farmacia, y cuando se enteraron que él vivía en una villa miseria, lo despidieron. Una de sus hijas también había conseguido un trabajo, la despidieron cuando ella le contó a su jefe que tenía seis chicos.
Los casos que nos contó esta señora, son sólo los que se dan en el seno de su familia. Hay que pensar, también, que las otras 14 familias que habitan el asentamiento, tienen los mismos –o peores- problemas de miseria, inasistencia, discriminación, enfermedad, exclusión, abandono, y muchas desgracias más, inimaginables, con las que tienen que lidiar diariamente. Para ellos la vida está llena de barreras, infortunios, vejaciones, mentiras, promesas incumplidas. Aún así ella -que ha recorrido ya gran parte de su camino- sigue clamando desesperadamente por igualdad y justicia, por que se cumplan los derechos de toda persona, más que nada para que sus hijos y nietos puedan construir un futuro: “(…) queremos el bienestar para nuestros chiquitos. Nosotros ya pasamos por todo, ya somos viejos, pero no queremos que ellos sufran lo mismo (…) Estamos cansados de las promesas de los políticos. Somos de carne y hueso, igual que ellos, eso es lo que quiero que entiendan, y tenemos derecho a vivir mejor, como vos, como el intendente, como el gobernador, porque somos seres humanos (…) denle una oportunidad a estos jóvenes (referencia a dos de sus hijos que estaban cerca), que puedan trabajar, ya que no pueden estudiar (…) ni trabajar les permiten, solo porque viven en la villa (…)” exclamó dolida.
Una vez terminada la visita a esta gente, dimos la vuelta a la manzana, nos paramos frente al Palacio de Justicia, y luego de observarlo en silencio, aún con las sensaciones pesadas que nos había dejado aquella tarde, coincidimos: solamente con la plata invertida en las escalinatas, se pudo haber solucionado los problemas básicos del asentamiento de atrás.
Empujados a sobrevivir
Sólo en contacto con estas realidades uno se da cuenta que esta gente tiene todo “a contra mano”. Para ellos cada día que nace está signado por padecimiento. Ellos tienen poco tiempo para soñar con un futuro, porque ese tiempo lo tienen que ocupar para sobrevivir en el presente. Sobrevivir en el sentido de escaparle día a día a la muerte, al hambre, a la enfermedad, al abandono de persona, a las consecuencias de la constante exclusión. Son empujados a sobrevivir, en lugar de gozar del derecho a construir un mejor vivir y disfrutarlo. Ellos son los desoídos, los ignorados, los apartados, los desplazados por un sistema que los despoja de su humanidad: viven “como chanchos”, según palabras textuales de “Doña María”. Sistema que cuenta con ellos como números, no como personas: en las campañas políticas los pobres son “el voto”.
Y así, los gobiernos construyen sus monumentos al derroche, ostentaciones de poder, colosales obras de infraestructura que salen millones y millones de pesos, costeados por un Estado que excluye y deja que la pobreza sea una marea cada vez más incontenible. Claro ejemplo de esto es el del mencionado Palacio de Justicia –si se quiere de la injusticia-, que exhibe su opulencia frente a los ojos de los hambrientos y desamparados, cuyas únicas riquezas son su inconmensurable miseria y su esperanza de ser escuchados al fin; un Palacio de Justicia que para ellos es un gigante que les tapa el sol y los golpea a diario con su lujosa presencia.
Por Diego Andrusyzyn y Ricardo Lencina, estudiantes de Comunicación Social
Porque soy odioso y mala onda, aquí expongo las acciones que me enerva que realicen algunos espectadores, en eventos que se hacen en un lugar cerrado:
Cuando intentan abrir un paquete de caramelos y los hacen lentamente, prolongando el irritante sonido del celofán (porqué no abren rápido el envoltorio en vez de hacerlo despacio. Y de última para qué se les ocurre comer cuando están mirando un concierto. Porque carajo no se aguantan hasta que termine el show!!!)
Cuando no apagan el celular o no lo ponen en librador. Mucho peor si se ponen a hablar en el momento de la función (qué puede ser tan importante para que contesten en ese momento. Y si no saben silenciar el aparato, para qué lo tienen!!!)
Cuando hablan en voz alta o se ríen fuerte.
Cuando le piden al músico que toque determinada canción (se piensan que el artista es un disco o una fonola que va a tocar lo que uno quiere)
Cuando se levantan en mitad de la función y no te dejan ver.
Cuando las parejitas aprietan (bah esto no me molesta tanto, pero existen lugares y momentos más adecuados)
Cuando los niños empiezan a correr y/o gritar en medio de la función (porqué no los dejan en la casa o los amordazan a la butaca)
Bueno con esta serie de consideraciones queda claro que soy un mañero hincha pelotas. Pero bue… si me ven haciendo algunas de estas cosas, me avisan que me pego a mi mismo.
Parece que el “pipita” se emocionó más de la cuenta al destacar las condiciones de Kaká, o al menos ...
Por: De. Ese (DS)Ascendió la escalera, primero su pié derecho y luego el izquierdo, al pisar el suel...
Bueno, finalmente llegó el fin. Otro verano más que se va y ha comenzar de vuelta con la rutina. Si ...
Ese pareciera ser mi país, esa es mi Argentina que cada día nos sorprende, algunos vincularán ese úl...
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Hablando con varias personas coincidimos en una particular apreciación. NO hay peor molestia que la ...